Nosotros

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"...cabalgaras solo hacia la carcajada perfecta..."

lunes, septiembre 30, 2013

Preparando el espiritu y los Pies para el viaje: Bolivia.



Viajando por un país que por más extraño que nos pueda parecer, en estos días de recorrido y sorpresas, nos hace sentir como en casa. Villazón fue nuestro primer encuentro con Bolivia. Nos recibió y nos despidió la lluvia. Que, lejos de molestar, aliviaba el calor que se sentía y alegraba a la gente, que corría como niños para ocupar la poca oferta de techos sanos que había en la calle, al grito sordo de “el último que llega se moja”. Así es Bolivia: Picardía e inocencia, en los más niños jugando a los power Rangers o en las mujeres más mayores, sonriendo ante algún tímido saludo de un extranjero.

Villazón es una ciudad al sur de Bolivia, a una distancia aproximada de 350km de la ciudad de Potosí. Ubicada sobre la orilla norte del río Modesto Omiste, famosa frontera con la ciudad Argentina de La Quiaca. Se encuentra a una altura de 3.400 msnm, cosa que nos recuerda un fino y persistente dolor de cabeza, que se pasa solo con los días, las bolsas de coca y un poco de paciencia. Dichos síntomas lejos de aliviarse, en el transcurso del recorrido, se harán más frecuentes para el viajero poco acostumbrado a estar tan cerca del cielo. Pero esto no es más que una prueba de fuego. Aquellos valientes que logren saber llevar estos síntomas durante unos 3 o 4 días, ya se habrán hecho merecedores de recorrer el altiplano boliviano. Fue fundada el 20 de mayo de 1910, durante el gobierno de Eliodoro Villazón, del cual obtuvo su nombre.

Nuestra intención, en primer lugar, fue tomarnos el tren. En sus años de oro dicho tren unía Buenos Aires, con La Paz, haciendo paradas intermedias en Uyuni, Oruro y Potosi. En la actualidad solo corre desde Villazon a La Paz. Esto ha contribuido al desarrollo turístico, a pesar que mucha gente lo difama por las condiciones en las cuales se viaje: Despacio, apretados y con calor durante el día y frio durante la noche. Para nosotros, más que una desventaja, es una excelente oportunidad de poder charlar con la gente que lo usa, como medio de transporte seguro, barato y cotidiano. Recordemos que las rutas de Bolivia en general no son caminos pavimentados y señalizados. Por lo tanto siempre va a ser positivo el saldo entre Comodidad Seguridad y economía, que ofrece el tren.


Sin embargo, por apología férrea que podamos hacer, no tuvimos suerte. Al llegar, nos encontramos que los trenes estaban suspendidos hasta nuevo aviso debido a las lluvias que habían arrasado con varios tramos de vías. Cosas que pasan cuando tu agenda no la definió una Agencia de turismo. Nos vimos obligados a improvisar y trazar una nueva ruta. Desplegamos nuestro mapa sobre un banco de la plaza. La ruta más segura para hacer en Bus era Villazon-Potosi. Nos decidimos a viajar de noche por esta ruta y llegar de madrugada a nuestro destino. Buscamos rápido una boletería. Teníamos poco tiempo antes de que se agoten los pasajes. En época de carnaval es mucha la gente que viaje y el horario nocturno era el preferido. Las trompetas y los fuegos artificiales daban la señal del carnaval en marcha.

Entramos en la terminal. Pequeña. Llena de boleterías algunas más informales que las otras. Casi al borde la ilegalidad muchas. Los angostos pasillos de la terminal se encontraban abarrotadas de bolsas, bolsones y canastos con diversas y exóticas mercaderías que seguro encontraríamos a lo largo del viaje. Abuelas con sus nietos sentadas en el piso, arropándolos con sus numerosas y coloridas polleras, mientras sus madres negociaban el precio de los pasajes con los vendedores. Estos son unos personajes barbaros. Alzando la voz en medio de la multitud, logran hacerse escuchar e informar sobre horarios y destinos, atrayendo asi, a los pasajeros perdidos y desorientados. “ARICA, ARICA ARICA” “TARIJA, TARIJA, TARIJA” “POTOSI…” Este “griterío” lejos de ser molesto, es la mejor forma que tienen muchas personas que no saben o no pueden leer las indicaciones de los letreros, de lograr llegar a destino.

Encontramos nuestra boletería y compramos nuestros pasajes con algo de desconfianza. Una pasajera frecuente le gritaba desconforme a la vendedora que les iba a hacer juicio, porque el chofer del bus en el que viajo, estaba borracho. Tarde. Ya teníamos nuestros boletos en mano. En unas horas salíamos a Potosi. Mientras tanto recorrimos los alrededores.

Caminando por los mercados de la frontera nos encontramos con el conocido “comercio hormiga” que consiste en el negocio de toneladas de mercancías, cargadas en las espaldas de cientos de vendedores que, a diario, cruzan la frontera en una y otra dirección. Gran parte del cual es contrabando, en el sentido de que no son productos que pasen por la aduana o cumplan con las normas que exige el comercio internacional, ya sean productos alimentarios, electrónicos, bebidas o incluso libros (muchos libros).

Una vez más, nos encontramos con la presencia de las profundas raíces americanas, en las caras y en las manos de los pobladores, con los que compartimos un saludo o alguna charla. La región donde se funda la ciudad de Villazón se encontraba habitada desde muchos miles de años atrás, Las primeras culturas o pueblos que la habitaron fueron los indios Chingas que migraron de tierras australes, quizás donde hoy se encuentran nuestra querida Córdoba, aunque no encontramos rastros del fernet o del cuarteto, por estas latitudes.


Otro aspecto del pasado de Villazon tiene que ver con las interacciones culturales con diferentes pueblos que llegaron hasta el actual norte argentino, con los poblados denominados casabindos, los yavis, los churumatas, los atacamas. Estas interacciones entre pueblos distintos, no reconocían ningún tipo de frontera ni límite geográfico. Los ríos y valles que actualmente dividen a las naciones americanas, en su pasado, servían de puntos de encuentro. Y como veremos a lo largo de todo el viaje, los pobladores actuales no defienden esos límites y en muchos lugares, pobladores bolivianos trabajan en argentina y viceversa, o las familias de atacama tienen parientes, en Bolivia y argentina. Familias que antes de la construcción de los estados nación, no tenían ningún conflicto de ciudadanía ahora se hayan divididas por himnos y banderas. Sin embargo en cada fiesta de casamiento o patronal, los abrazos y los brindis no piden pasaporte.

Allí estábamos sentados en el cordón de una calle poco transitada cuando para nuestra sorpresa empezó a desfilar un numeroso grupo de cholas con sus trajes y peinados y sombreros. Hombres con cantidad de instrumentos e infinitos cajones de cervezas, caminaban tras ellas, llevando el compás. Nos acomodamos para presenciar lo que allí se estaba gestando: Nada más y nada menos que una Morenada. Una especie de ensayo, de entrada en calor ritual. De preparación para los carnavales. Milenaria, popular y cuasi universal ceremonia de alegría, comunión y festejo, de lo bueno como de lo malo. 15 días antes del carnaval comienza la preparación del espíritu. La primer etapa es la Morenada las colectividades salen a las calles para deslumbrar con los colores de sus trajes y compartir su alegría, su música y su alcohol. Asi entre brindis y palmas arranca nuestra aventura por Bolivia, ¡Salud compadres!.
 

miércoles, septiembre 25, 2013

Infraganti en la frontera y los Pueblos Intangibles.




Muchas veces uno, lejo del ruido de los motores y las luces de neon, se siente rápidamente solo. Es lógico. Vivimos rodeados de personas. De ruidos. Cuando de golpe nos vemos en medio de la basta quebrada, con toda su brisa y sus colores nos sentimos solos. Algunos desamparados y casi angustiados. Sin embargo, el hombre de campo tiene otra percepción de las distancias y las “soledades”. Sabe recnocer la prescencia de otro paisano cerca, a partir de las huellas. Del guano de los chivos. De la marca del machete en la maleza al costado del camino. Sabe, según el dibujo de la herradura a que vecino se va a encontrar en breve. Pero como nosotros recién salíamos de la ciudad, el silencio y la poca gente nos hizo sentir en la soledad mas absoluta.
Caminamos durante horas, por un hermoso valle donde nadie cruzaba nuestro camino. Al costado de nuestro sendero, el agua corria. Cristalina. Imparable. Dispuesta a saciar nuestra sed. En eso, en un recodo del meandroso curso de agua, nos encontramos con una casacada. Alta con mucho agua que caia. No traimos traje de baño. Estabamos solos. Y teniamos muchas peliculas de la Coca Sarli en la cabeza. NI lo dude. “yo me meto en bolas” le digo a Romi. “no boludo, mira si viene alguien” a lo que contesto con mucha seguridad "fuma, esta tdo bien”. Dejo expuestas al sol, mis partes mas pudientes y me sambullo en la cascada. Refrescante sin dudas. Pero enseguida… avergonzante. Muy timido se acercaba detras mio, un paisanito con una pala y unos perrros que lo seguían. El muchacho tenia que pasar junto a mi, que me encontraba desvergonzadamente con toda mi virilidad (o lo que quedaba de ella por el frio) al aire. Me miro se rio y me pidió permiso para trabajar “ si por supuesto, pase pase”. Digo yo con cara de desentendido.


Sin darme cuenta me había metido en una cascada, que no era natural, sino un embalse para alimentar una acequia de agua que iba a un pueblito cercana “La Falda”. Ultimo pueblo argentino, antes de llegar a bolivia, por la quebrada del rio yavi. Aquí no existen caminos, ni puestos de frontera ni de gendarmería. Los campesinos y los pastores van y vienen entre los dos países, según las estacines del año. En esta ocacion tuvo la mala suerte el pastor de encontrarse con un involuntario nudista.Cuestion que luego de vestirme, y de unas sinceras e incontables discupas nos pusimos a charlar. Nos presento el ultimo paraje argentino antes de llegar a Bolivia: La Falda. Nos conto que no son mas de 20 casas. Que nos son mas de 20 campesinos los que viven en el pueblo. Pueblo que se agarra con uñas y dientes a las laderas del valle del rio Yavi, con sus bases de adobes, piedras y palos. Asi resisten al paso del clima, del tiempo y a las idas y venidas de sus pobladores.

Yanalpa, primer paraje boliviano se encuentra a dos horas caminando desde Yavi. La única forma de llegar es caminando a través del rio. Cuando hay mucho agua se hace impracticable el paso. Pero la mayor parte del año tiene poca agua. Los campesinos mas antiguos no hablan español y tiene contacto fluido solo con pequeños productores de Yavi o de Tarija. La mayoria no sale del valle.



Cuestion que nuestro involuntario testigo del show de desnudismo, nos conto que el se iba a Buenos Aires a estudiar, porque ahí como en otros tantos pueblos de la zona, no tenían posibilidades de crecer o de trabajo. Sin embargo no ocultaba el dolor que esa situacion le producia. Sin duda no se quieren ir. Dejar a sus abuelos y abuelas solos, para atender el campo. Dejar sus historias y leyendas. Su tierra. Fernando se rie, y agrega “de todas formas, voy y vuelvo”. Mientras el me da unos segundos de intimidad, me pongo mi ropa. Romi me mira y se rie. Los perros levantas las orejas y Fernando se acomoda la gorra. Lo ayudamos con las herramientas y juntos caminamos hacia el auto. Caia la tarde y volviamos callados en el auto pensando en la leccion del dia: los pueblos intangibles nos esperan a lo largo del viaje. No estabamos solos.

domingo, septiembre 22, 2013

Futbol y el equilibrio del mundo.


Entrado el medio dia. Pero el dedo sigue en alto


Nuestra estadia en el NOA, se dilataba a medida que la tarjeta de crédito deambulaba por alguna sucursal del norte de nuestro país. Mientras tanto, aprovechamos y tomamos este percance como una oportunidad. Así que el camino nos llevó a una salida fugaz por Tilcara. Nos quedamos una noche ya que después de tanta espera nuestra encomienda estaba en el correo de la ciudad. ¡Qué lindo en pleno siglo XXI recibir una carta! Luego de una noche lluviosa, y de dormir en un hostel bien barato pero con viajeros de todo el mund, armamos nuestro equipo, y a primeras horas de la mañana salimos. Recorrimos un poquito el pueblo de Tilcara y pisamos la ruta 9. Y Fuimos testigos de una de esas cosas que le pasan a los viajeros nomas.

Anonimo Artista. Su obra, digna de una postal, inmortalizada en este hostel.
Casi tres horas de Dedo viendo como injustamente (proxima nota, sobre las reglas del autostop) la gente que recién llegaba era la que más rápido lograba un aventón. Mientras nosotros en la puerta de una estación de servicio, le sonreíamos a cualquier vehículo que vaya a más velocidad de la que podíamos sostener nosotros a pie. Le hacíamos dedo hasta a las bicicletas para divertirnos y pasar el rato. Teníamos plata para el pasaje. Pero como no sabíamos cuánto íbamos a estar viajando, la ahorrabamos como si no tuviéramos nada.
Cuando estábamos desistiendo y agarrando las mochilas para caminar con la cabeza gacha a la terminal de micros, frena un viejo transporte escolar de los naranjitas. Se baja algo apurado, un muchacho pelilargo de barba. Algo porteño, pero por sus modos y gestos, se notaba que hacia bastante tiempo que vivía por la quebrada jujeña. Se presenta. Seba. Y nos apura para que subamos las cosas y nos pongamos cómodos en algún rincon que encontremos en su “motorhome”. Por dentro el transporte escolar era como una casa rodante. En lugar de los asientos que tiempo atrás habría llevado a los niños a sus escuelas, encontramos una mesa, unos asientos largos y amplios, y un entrepiso donde se veía un colchón. Una verdadera motor home artesanal. Ahí viajaríamos durante casi 4 horas.

Almuerzo de campeones

El resto de la tripulación mascaba coca. Le ofrecemos nuestro humilde almuerzo de jardinera y galletitas con pate. Compartimos. Intercambiamos saludos. Nos llamaba la atencion que viajaban como en caravana varios vehiculos. Casi como la carrera de los auts locos. Rastrojeros enclenques. Camiones de fletes, colectivos. Algo raro estaba pasando. Nuestros compañeros de viaje cargaban bolsos y botineras. Luego de un momento de charla nos damos cuenta q estábamos viajando con la selección de futbol del Torneo Quebrada-Puna: ESTABAN LLENDO A LA SEMIFINAL DE UNO DE LOS PARTIDOS MAS ESPERADOS EN TODA LA QUEBRADA. Un torneo que por dificultades financiares y de falta de jóvenes que se sumen, estuvo en reces unos cuantos años, pero que hacia poquito estaba volviendo con todo. Según contaban en sus tiempos de oro, los jugadores hasta sacaban unas grandes sumas de dinero, al ganar el torneo. Tambien es importante pensar el lugar que ocupan estos eventos, en zonas de nuestro país donde los eventos culturales no tienen una frecuencia tan alta como en las ciudades. La gente de la puna celebraba dichos encuentros futbolísticos como si fueran fiestas patrias. No importaba tanto quien jugaba. Lo importante era ir a festejar, y encontrarse con los parientes que vivian en la quebrada. Seguramente distantes en la geografía norteña, pero no en la del corazón.

Viajaban con tanta tranquilidad y se reian con tanta espontaneidad que nadie diria que estaban llendo a jugar un partido tan importante. Lo importante no era ganar, lo importante era encontrarse y al final del partido seguro correrian los cajones de cerveza Norte y los kilometros de historias. A veces se gana, a veces se pierde. Esa es la dualidad del mundo andino, de la que que ni los partidos  de futbol se salvan. Nosotros llegabamos a nuestro destino. No nos queríamos bajar. Nos ayudaron a bajar nuestras mochilas. Nos despedimos con unos rigurosos abrazos y deseos de buena suerte. ¿Cuál habrá sido el resultado final de aquel heroico encuentro futbolístico? Digno de un cuento de Soriano.

sábado, septiembre 21, 2013

Bodas de Plata en La Quiaca


Andábamos paseando a la tarde por las calles empedradas y silenciosas de la quiaca. Abrazados. En silencio y Sonrientes. Las iglesias son siempre una parada obligada. Más allá de la fe que uno profese, son lugares donde los pueblos plasman sus maneras de entender este mundo. La manera en las decoran, la forma del edificio, el olor, los afiches que cuelgan. Nunca tienen desperdicio. Ahí fuimos. Con la suerte de encontrarnos una misa de celebración de 50 años de casados. Un grupo chiquito de cholas y cholos, argentinos y bolivianos. Afuera una banda de mariachis los recibió, con música y fuegos artificiales, sin duda, el evento de La Quiaca. Como no podía ser de otra forma, nos sentamos en la escalinata de la iglesia a cantar y hacer palmas al compás de la banda, y sumar nuestros buenos deseos a las bendiciones del cura.

Mientras todos seguían con sus abrazos y sus saludos, entre rancheras, abandonamos la iglesia y la celebración para perdernos en la peatonal de La Quiaca. De noche iluminada, sus puertas viejas, sus calles empedradas cobran una mística sin igual. Sumado al fresco que cae por la noche ideal para caminar abrigados o estar con la frazada y algo calentito para tomar. Saliamos de un almacén y frena un auto en la esquina, a centímetros de nosotros. Casi apurado. Contengo la puteada y la piña al auto. Se baja la ventanilla y un hombre nos señala con el dedo y nos saluda. –Los estaba buscando a ustedes, quiero invitarlos a una fiesta-

El hombre que acababa de celebrar sus bodas de plata, con mariachis y todo nos estaba invitando a la fiesta. Dice que le caímos bien y le gusto el gesto de que hayamos ido a saludarlo. Y que se sentiría honrado si íbamos a celebrar con él. –Me llamo Oscar, los espero- Un fuerte apretón de manos, y tan rápido como llego Oscar, se fue. Nos reímos y nos parecía raro. Pero bue: nos acababan de invitar a un festejo, que mejor manera de conocer a la gente del lugar.

Volvimos a casa entrada la noche. Lluvia y Granizo en cantidad en la calle. Era verano, pero graniza igual. Nos pegamos una ducha, nos tomamos unos mates y esperamos a que llegue la hora del festejo. Antes de salir del hospedaje nos acercamos a charlar con Roxana, la dueña. Le contamos que nos invitaron a una fiesta. Obviamente conocía a Oscar y a su familia. Parece ser que óscar tiene la boutique de ropa más grande de la ciudad y además tiene un hostel que es la competencia del hospedaje de Roxana. Nos despedimos y le pedimos que nos deje la puerta abierta que volvíamos temprano. –No, no ,no. Toma. Llévate la llave. Yo sé cómo termina esto- Casi como una adivina, entendió antes que nosotros, que nuestra promesa de llegar temprano era prácticamente imposible. Cabe mencionar, que nuestra gran duda en torno a aceptar la invitación, era nuestra falta de ropa digna de semejante festejo. En nuestras mochilas solo cargábamos ropa para estar cómodos, para caminar, para ensuciar: Ropa ropa, desteñida, vieja y sucia.  Así fue que pensamos en pasar a visitar, saludar, brindar y volvernos antes de que las campanas anuncien las 12. 

Llegamos al lugar en cuestión. El centro Sirio, era el salón donde la fiesta se llevaba a cabo. Aunque parezca raro, en La Quiaca, además de recibir vecinos latinoamericanos, también fue destino de llegada de varias familias de árabes. Algunos dicen que eligieron estos parajes dada la similitud que encontraban en el lugar con su tierra natal. Otros dicen que fue el hilado y la industria de los tapices lo que los trajo por estos lados. Lo más probable es que haya sido el comercio el general. Lo que si es cierto es que  a lo largo y a lo ancho de La quiaca se encuentran rastros de la cultura arábiga.

En dicho centro Sirio, se daba un encuentro muy particular: Bolivianos, Argentinos, Quiaqueños y citadinos, todos por igual estaban sentados en mesas redondas, distribuidas a lo largo de la pista de baile. Un largo pasillo separa la pista de la puerta de calle. Y del otro lado del salón, cruzando toda la pista, se encontraba la mesa de los agasajados, Oscar y Helena. Tímidamente comenzamos a acercarnos, y allá, desde el fondo óscar empieza a llamarnos con grandes gestos –Mis amigos, vinieron. Bienvenidos. Vengan, vengan acá para la foto- Ahí estábamos. Con nuestras sonrisas anchas, contentos, pidiendo perdón por la facha que traíamos. Al rato notamos que muchos invitados andaban con la misma ropa con la que trabajaban… Vivian y dormían.

Nos acompañaron a nuestro lugar: Estábamos en la mesa de los hermanos de Oscar, con toda su familia. Ahí nomás nos sentamos nos pusimos cómodos y empezamos a comer como locos. El viaje recién había empezado, pero ya veníamos con el menú del trotamundos: poco. Ahí arriba de la mesa está el banquete digno de una boda de plata, y no lo íbamos a dejar escapar. Al rato nos empiezan a convidar alguna copita para bajar los bocadillos. Al rato ya estábamos charlando con la familia del hermano. Ahí sus hijas, sorprendidas de como romi se estaba animando a semejante viaje y la recurrente pregunta “¿no extrañan a su familia? ¿No les da Miedo?” Nosotros nos reíamos y quitándole gravedad al asunto meneábamos la cabeza. Mucha de la gente que se encontraba ahí se dedicaba a comprar cosas baratas en Bolivia y enviarlas a Buenos Aires. Muchos tenían sus puestos en la salada. El resto se empleaban en el trabajo de la tierra y en el turismo. Que en la quiaca el turismo es muy de paso. Todos muy amables, solidarios y humildes.

Se acercaban las 12 de la noche y cuando notaron que estábamos planeando escapar de los festejos nos invitaron muy amable e indeclinablemente, a sentarnos y a prepararnos un trago típico: el Singani. Un bebida similar al gancia un poco más fuerte, pero muy sabrosa. Entre el Singani, la música y las invitaciones a quedarnos, se nos hicieron las 5 de la mañana volando. Aprendimos a bailar caporal, cuecas y carnavalitos. Bailamos con todos los parientes de Oscar y su mujer y nos emocionamos frente alguna exclamación de agradecimiento por querer compartir una celebración tan importante para ellos. 

Sumamente agradecidos terminada la madrugada emprendimos medio a los tumbos, la vuelta a casa. Pensando en que lindo momento compartimos. En la alegría que tenían de abrirnos la puerta de su casa para compartir tan lindo momento. Que nos hagan sentir como en su casa. Que nos compartan sus brindis y buenos deseos. Muchas de las personas que nos encontramos ahí en fiesta, seguramente son parte de un discurso. Ese discurso donde todo morocho, sucio y pobre es un posible chorro, ladrón. Persona de cuidado. No es difícil ocultar la bronca ¿Cuántas veces uno escucha en una sobre mesa “negros de mierda”, “villeros” y otros adjetivos como esos? Ahí estábamos rodeados de todos ellos, disfrutando y compartiendo. ¿Miedo? Miedo me da cada vez que prendo la tele. Por eso la apago enseguida. La gente que estaba allí daba orgullo.

Rumbo a la Quebrada: La Quiaca.





Salimos a la ruta, poniendo como rumbo la frontera, y más allá. Con un itinerario bastante claro, pero un destino algo incierto, decidimos probar. Abrazos. Brindis. Buenos deseos. Arrancamos. En ese camino al limite del pais, el primer destino obligado era La Quiaca. Última parada Argentina antes de pisar suelo boliviano. Muchas son las formas de llegar a dicho lugar. Los tours de compras que hacen Villazon-Plaza Miserere, son conocidos por ser baratos, aunque nunca sabrás a ciencia cierta horarios. Pero para el que no tenga problemas de tiempo siempre es la mejor opció. También para ir al norte siempre es recomendable, el tren que une Retiro-San Miguel de Tucumán, que por la módica suma de 50 pesos argentinos, te deja a unas 10horas de La Quiaca.

Llegamos. Un mundo de gente de todo el mundo. Australianos ataviados con puyos y aguallos. Franceses mascando coca. Cholos hablando en inglés y niños tratando de adivinar las necesidades insatisfechas de viajeros de todas partes del mundo. Paralelamente a este encuentro de culturas, se desarrolla la vida de un pueblo que tiene más en común con lo que pasa en los andes de Bolivia, Perú, y Chile, que con lo que pasa en Buenos Aires: en la calle desplegadas infinitas mantas, con choclos, papas y yerbas y yuyos, enceres para la cocina y baratijas de todos los tamaños y colores. Aunque todas de china. El olor a la comida de la calle que invita a los transeúntes a frenar en cualquier esquina y compartir un almuerzo con desconocidos. Estos puestos de comida callejeros, lejos de representar el típico carrito de fastfood capitalino, se convierten en sucursales de la cocina hogareña ambulantes.

Ubicada al final del recorrido por la Quebrada de Humahuaca y a unos miles de metros sobre del nivel del mar, dejo sentir la falta de aire, ni bien llegamos. A pesar de estar en el norte de nuestro país, y que haga mucho calor, siempre se producen heladas y durante las noches frescas de verano el agua se congela. Sus pobladores muestran en sus rostros, esos surcos, que el frio el calor y la aridez, dibujaron. Los pobladores de los alrededores no solo trabajan la tierra y pastorean animales. Hacen alfarería, tejidos (ponchos, fajas), tallas de madera, cestería y orfebrería. La mayoría de esta producción se destina al turista y sus recuerdos. En nuestro caso no tuvieron mucha, por más que nunca nos cansamos de felicitar semejante habilidad y capacidad plástica y artista, el austero presupuesto de dos mochileros no cubría esos gastos.

Caminando una tarde por las calles de Yavi preguntamos a unas jóvenes que vendían queso de cabra que significaba el nombre “La Quiaca”. Nos contaron que el nombre proviene del aymará quisca, que significa "piedra cortante", en referencia a las piedras que se usaban para esquilar ganado. Pero no es la única versión, en el mercado central, decían que viene de kiaca, kiyaca o killaca, que significa "hoja verde de maíz". 

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Como sea que se nombre, cargamos nuestras mochilas y salimos a buscar hospedaje, el más barato. Nos dispusimos a recorrer un poco. Paseamos por la peatonal. Llegamos a la Plaza y fuimos derecho al correo y a la iglesia (dos lugares donde pasan muchas cosas significativas en los pueblos). Despreocupados, seguíamos sin saber cuál iba a ser nuestro hospedaje, pero bue, era más fuerte nuestras curiosidad. El mercado es sumamente atrapante. Lo recorrimos rápido para adivinar cuál iba a ser nuestra cena. Un poco de quínoa (comida de los astronautas), unas cabezas de ajo, un puñado de arroz y unos calditos en sobre. Lista la cena. Buscamos un lugar donde dejar la mochila. Le pedimos a la señora de un kiosco si nos hacia el favor, y ahí quedaron nuestros bultos. Cargábamos solo el termo, el mate y unas galletitas. Antes de buscar hospedaje nos quedaba algo por hacer: Cruzar a Bolivia y volver.

En la frontera, esperábamos un poco más de trámite, pero resulta que cuando uno va sin bultos encima, cruza caminando sin ningún tipo de demora. Villazon. Calles llena de locales, chucherías, mates, ropa, especias, fundas de almohadones, medias, gorros, notebooks, de todo. Recordemos que estábamos a 3000 msnm, así que los primeros síntomas del apunamiento se dejaban sentir: cansancio y dolor de cabeza. Recorrimos un rato largo, hasta llegar a la plaza de Villazon.

Pocos “viajeros” sentados en la plaza disfrutando. Generalmente Villason es un lugar muy de paso, típico de ciudad de frontera. Mucha gente al estar un breve momento, se lleva la imagen del lugar sucio, siniestro, peligroso. Lleno de robos y malandrines. Sin embargo luego de dar vueltas por sus calles y charlar con la gente, llegamos a la conclusión que vale la pena pasar una tarde. Allí nos esperaban los primeros mates del viaje. Caía el sol, caía la tarde, la yerba se lavaba, era hora de arrancar la vuelta para argentina. Ya de nochecita, aun sin hospedaje y con las mochilas acuestas, las calles de la quiaca nos veían deambular. Gracias al universo no solo las calles, los vecinos también. Y ya sea por la curiosidad o por la universal necesidad de asistir al desamparado, algunos vecinos se acercaron para aconsejarnos a qué lugar acercarnos para descansar. Siempre acompañábamos nuestra consulta del adjetivo “BARATO, PORFAVOR”. Así fue como ya de nochecita llegamos al hospedaje La Merced. -Una habitación doble por favor-. Ducha calentita. Medias limpias. La mochi en un rincón de la habitación, como diciendo “al fin llegamos”. Y si las mochis y nosotros no querían saber más de Andar… por ahora.

Cuando uno sale a viajar, y cuando hablo de Viajar no hablo de Turismo, asume que en el camino van a surgir muchos imprevistos. El nuestro, nuestro viaje, como iba a ser muy largo, nos proponía muchos imprevistos. Que no se hicieron esperar. El primero y casi el más importante, fue olvidarnos nuestra tarjeta de crédito. Luego de un momento de griterío y discusión, decidimos que lo mejor era esperar a que nos la manden por correo desde Buenos Aires: una semana tardaba en llegar. Bueno, dale, la esperamos. Una excelente excusa para recorrer y conocer un poco más La Quiaca y sus alrededores. Ni lo dudamos. Agarramos nuestros bolsos de mano y salimos al mercado. Temprano, andábamos por el mercado central de la ciudad. Alli un dominical coro de paisanos se turnaban melodicamente a la voz de “Yavi, Yavi” ese era nuestro proximo destino. Un pequeño pueblito a las afueras de La Quiaca. Sin luz eléctrica, ni gas natural ni todas esas malditas comodidades que no dejan disfrutar de la vida. El lugar ideal para el viajero (no para el turista). Llegamos a Yavi, pero quisimos ir aun un poquito más lejos. Yavi Chico. Un caserío que no llega a 10 casa. Pero hermoso. Tranquilo.

Queriamos ir al rio a tomar unos mates. Asi que seguimos nuestro instinto (tampoco había mucha gente como para consultar). Una calle en bajada nos acercaba hacia el rio. Pero a mitad de camino nos encontramos con un pequeño museo local: el Museo Mama Antonia Tata Portal. Un lugar muy poco frecuentado, que casi siempre lo cierran y lo abren para los pocos visitantes que reciben. Si uno llega a sus puertas y lo encuentra cerrado, no hace falta más que golpear las palmas, y algún vecino saldra corriendo a buscar a una de las encargadas, Doña Teodora, la humilde mujer que cuenta lo que le dijeron que era su pasado, pero también relata que sus abuelas y abuelos le contaron sobre su pasado. Muchas veces los relatos de Doña Teodora no coinciden con lo que dicen los rótulos escritos por arqueólogos de Buenos Aires. No estaba muy convencida de que eso que estaba dentro de la vitrina, era muy pasado. Los objetos que estaban dentro de las vitrinas y los objetos que ella misma estaba usando, se confundían. Tejedora en su tiempo libre y Guía de museo cuando aparece algún gringo, Teodora nos dedicó un rato largo de su tarde de tranquilidad. EL museo no ocupaba más de dos salas, con vitrinas llenas de polvo y bolsas de materiales arqueológicas apiladas en los rincones. Con nuestra poca experiencia en arqueología y educación nos decidimos a dar una mano, así que armamos el mate y ahí compartiendo chistes y anécdotas nos quedamos un rato acomodando y clasificando los materiales que estaban en las bolsas. Mil veces había hecho esto en el Museo de La Plata, nunca tan entusiasmado como en esta ocasión ayudando a doña Teodora.

Al notar que nos interesaba la arqueología y nos gustaba caminar, Doña Teodora nos habló del “antigal”. Una vez que capto nuestra atención, nos contó que del otro lado del Rio Yavi Chico, había un campo donde los antiguos enterraban a sus difuntos. Que a la noche pasaban cosas y que los caballos no se metían a pastar. Ahí decidimos ir a caminar el resto del día. Un sendero de tierra pequeño, en medio de un alto pastizal, verdeamarello, llevaba hasta el pequeño curso de agua. Pequeño, en verano, pero el ancho del cauce, daba a entender que en la temporada de lluvia, cargaría bastante agua.
 


Por ahí caminábamos, saltando charcos y chaquitos. Veíamos la casa de adobe desde lejos. Desde lejos veníamos reconociendo cerámica en el suelo. Mucha de ella seguramente de los antiguos pobladores de la zona. Las casas abandonadas siempre me cautivaron mucho y despertaron mi curiosidad. Esta no era la excepción: Una casa antiquísima abandonada en un antiguo cementerio indio. NI lo dude. Entre. Una vez dentro con todo el sigilo de un roedor (por no decir gato) nos escurrimos entre los cuartos con olor a humedad y polvo. Muchos restos arqueológicos encontramos dentro. Puntas de flecha, Pals y hachas talladas en las rocas del lugar, se encontraban ahí dentro. Imposible cargarlos. Allí quedaron, libres de su prisión de la tierra y el tiempo, pero presos del olvido en algún rincón de Yavi. Solo un pequeño cántaro de cerámica decidimos guardar.
 


Así se fue pasando el resto de la tarde. Volvimos de noche al pueblo después de recorrer todo el curso del rio. Las calles vacias, ni los perros se asomaban, ladraban desde sus cuchas. Las calles de polvo, no tienen veredes, continúan hasta las paredes de adobe de las casas. Cada tanto la calle tiene pasto y flores. Hermoso. Golpeamos en una casa que tenia escrito en un pizarrón “Cerveza fría, Queso y Pan”. Preguntamos si alguien nos podía acercar hasta la quiaca. Nos dijo que había un viejito que tenia auto… el único que había en el caserio. Estabamos a 20 km de La Quiaca, de Noche, con hambre y sin transporte. Fuimos a buscar a nuestro veterano chofer. Un hombre bajito que estaba blanco de los pies a la cabeza. El hombre tenia un pequeño molino de trigo y hacia harina. Cerramos un trato por monedas, y el hombre nos acerco. ¿Pueden Creerlo? Estás en tu casa tranquilo, descansando, a la nochecita y dos tipos que no conoces te piden si les haces el favor de llevar con el auto 20km por unas calles de tierra en el medio de la nada, ¿Qué haces? El tipo ni lo dudo, nos llevó. Muchos gestos como estos. Antes de seguir viaje, paramos en la casa de Doña Teodora, la encargada del Museo y le dimos el cántaro de cerámica, y le indicamos donde estaban los demás.   

 






Era tarde ya y el hambre nos perseguía. Las calles, oscuras y ventosas. Por allá se veían unas luces y un pizarrón con algo escrito en tiza. Nos acercamos, abrimos la puerta. Tranquilidad. Adentro sonaba sabina y mas de fondo un charango en vivo y en directo, había algunos sahumerios prendidos, y por supuesto no corria el viento. El adobe es un increíble Material de construcción, aislante del frio, de la humedad y del ruido. Un viejo tronco funcionaba como sostén de toda la casa. Ahí nos sentamos, sobre unas muyidas mantas, como en nuestra casa. Ya saben lo que dicen de nuestro paladar y sus sabores. Eso de que la mejor comida se saborea antes de tenerla en la boca. Este es el caso del Café con Leche y pan casero con queso de cabra que nos esperaba. No solo lo saboreamos antes: Lo seguimos saboreando ahora.














martes, septiembre 17, 2013

Pedagogia del Camino: Sobre escribir con la mochila a cuestas.


- Allá Vamos mundo!-


- Buen día. Ida e Ida por favor…-

- Disculpe… ¿Dos boletos de ida?

- No, no. Uno de Ida... e Ida…




Son las 1930. Un jueves como todos. Quizás un miércoles. No recuerdo bien. En fin, un día común y corriente de trabajo. Una jornada larga de trabajo en Lima. Una esperanza: Los mates en la cama, cuando vuelva a casa. Me podían dar 100 azotes. Pero la sencilla y simple idea de estar en la cama, frente a la ventana, tomando mates calentitos y compartiendo una linda charla con Romi, era un bálsamo de agua caliente después de andar con las patas mojadas y frías una tarde lluviosa de invierno. Solo un argentino puede saber cuánto se añora el mate, con su espumita y su vapor (que sube lento como ningún otro) cuanto se espera a llegar a su rancho, y con su china compartir algún cariñito y unas palabras sobre la jornada que paso.

Y ahí durante ese momento mágico de yerba y yuyos pasan muchas cosas. Seguramente nos ahorramos muchas horas de terapia y psicólogo. Se evitan muchas discusiones encarnizadas cuando se comparte el ritual del mate. Durante unos minutos, y esto creo es lo más interesante, uno se siente más lúcido. Uno siente que entiende más el mundo que lo rodea. Y así, luego de media pava, empezamos a fantasear con una idea, que apareció como un comentario. Como algo chiquito, que se dice al pasar. Al tun-tum. Pero al rato volvimos a nombrarla. Y sí. Esa idea Estaba ahí en nuestras cabezas. En nuestros labios. Antes de que la pava tocase la hornalla. Estaba ahí aun antes de emprender esta aventura.

Y esa idea, que en un momento llego a la charla como un mate (que pasa rápido pero te deja pensando en silencio) hoy la tienes frente. Con mucho esfuerzo y gozo, logramos que puedas leernos, en este momento. No sé dónde estaremos conversando, o cuando estaremos conversando. Quizás estés esperando el bondi con tu tablet, o el baño, con la notebook. No importa. 

Lo cierto es que este blog pretende iniciar una búsqueda. Una aventura. Un viaje. Y como todo viaje en un momento tiene una partida y en otro tiene una vuelta. Y generalmente un viaje empieza con un pasaje. Uno de Avión, un tren, un micro. Pero este pasaje que nosotros compramos no era como todos. Con la ida no hubo problemas. Pero descubrimos tarde la letra chica de nuestro boleto de viaje, que tenía una pequeña advertencia para el inocente viajero: “este boleto de vuelta es intransferible y personal”. Es decir el boleto era para la persona que había comprado su pasaje en la terminal, antes de salir. Y nosotros presentíamos que estábamos en un pequeño problema: Ya no éramos las personas que habían emprendido aquella aventura. 

Y así empezamos esta historia adelantándoles antes que nada el final: no tiene fin. Como dice la frese “es un viaje de ida…”



Abuela Quebradeña. Luego de la morenada, hay que volver a casa.
Hansel, Gretel y Bolivar: Las miguitas no llevan a casa.

De chicos, un cuento clásico que nos acostumbramos a escuchar, es la historia, triste en parte y heroica otro tanto, de Hansel y Grettel. Los famosos hermanos que luego de un viaje al bosque cn su padre y tras ser engañados, se encuentran abandonados a merced de las bestias en la espesura de los bosques sajones. Gracias a la astucia de Gretel, pudieron encontrar el camino de vuelta a su casa, siguiendo las miguitas del pan que cuidadosa y sistemáticamente fue tirando por el camino. Mas allá del final feliz que tiene la historia, hay un hecho que en la moraleja se pasa por alto. Luego de enfrentarse con la bruja mas escaldufa de todas, estar a punto de ser cocinados al horno, de alimentar a su hermano como un pavo para navidad ¿Estarían realmente tan preocupados por el camino de vuelta a casa? ¿A caso no habían probado valor suficiente tendiéndole una treta a su captora, como para n encontrar el camino a casa? Claramente la tímida y dulce niñita que tiro esas miguitas mientras su padre la arrastraba de la mano, no era la misma que aquellas que volvía de la casa de los dulces caminando en silencio, mientras escuchaba en su cabeza los gritos de la bruja cocinándose en el horno. Gracias a dios nuestros padres no nos hicieron pensar en eso, antes de dormir. Pero hoy estas preguntas nos desvelan.

No podemos dejar de preguntarnos ¿puede una persona que nunca fue a un lugar estar volviendo? Si cuando una persona viaja se trasforma, crece, madura, cambia ¿Es la misma esa persona que emprendió una búsqueda, que aquella que dice haberla concluido? Nuestra humilde opinión es que no. Uno no es el mismo, en infinitos e incontables sentidos. Pero no solo, no es el mismo aquel que pretende volver de un viaje de 20000 leguas o de 80 días en globo, no es el mismo aquel que vuelve de un viaje a la facultad para rendir un examen, o de aquella mujer que viaja al altar a entregar su mano y su corazón. No es la misma la mujer que vuelve del hospital luego de dar a luz. El viaje, entonces, es una manera de transformar a las personas. Creemos que de todas las circunstancias de la vida que nos transforman, Viajar Quizás sea la más accesible y extendida a lo largo de la historia y del espacio. Hace tiempo que se viaja para aprender. En señoríos de américa central, las elites gobernantes mandaban a sus hijos en largas travesías a encontrarse con personajes sabios que Vivían en remotos lugares, y que luego de atravesar a pie interminables precipicios, enfrentarse con bestias, pasar hambre, frió, penurias y peligros. Ver cara a cara a la muerte, perder a compañeros de travesía. Luego de todo eso llegaban a la casa del sabio, que luego de algún que otro ritual de iniciación, nombraba como hombres de conocimiento a estos enviados. El secreto de todo este ritual no era ni más ni menos que el viaje. La búsqueda del hombre de sabiduría era la que instruía, más aun que las palabras del sabio. Aclaraba las ideas. 


Sin ir más lejos, aquí mismo en esta ruta que transitamos nosotros, nos encontramos con las huellas de un hombre que también fue transformado por las vueltas del camino. Simón Bolívar, el célebre héroe y libertador de américa, aún era un pequeño pillo que andaba por ahí inconforme con el mundo en el que vivía, se reencuentra con su tutor, Simón Rodríguez. En aquel momento no existían escuelas, por lo tanto, el principal acceso a la educación era la figura del tutor. Una especie de maestro particular. Rodriguez no solo era particular, en el sentido de “profesor privado” sino que era particular en el sentido de “bicho raro”. Rodriguez tenía sus métodos poco ortodoxos de “transmitir” conocimiento. En ese encuentro con Bolívar, supongamos casual, le propone, a modo de finalizar sus estudios, un viaje. Le ofrece partir cuanto antes juntos, por los lugares más emblemáticos de Europa. 

El 15 de agosto de 1805, Bolívar emprende un famoso paseos en compañía de Simón Rodríguez: la caminata por el Monte Sacro de Roma. Rodríguez y Bolívar se sentaron a descansar. Sus miradas recorrían el amplio paisaje que se ofrecía ante sus ojos. Admirando aquel panorama, a Bolívar le vino el recuerdo del campo y el paisaje venezolanos, recordó a su país ansioso de libertad, y seguramente pensó en esas miguitas de pan que los conducirían a casa. Ese día cambió el curso de la historia, cambió el destino de un continente. 

Podríamos discurrir y charlar largo y tendido sobre las cuestiones filosóficas en torno a que es lo que nos hace individuos o personas. ¿Qué es lo que cambia y lo que se transforma en ese irritante río de Heráclito? ¿Cuál es nuestra esencia? ¿Qué nos hace los que somos y nos permite reconocernos con el tiempo sin volvernos locos ni paranoicos? Seguramente haya respuestas más o menos acertadas a estos interrogantes. Pero este blog no intentara encontrarlas, no solo porque no estamos a la altura de semejante desafío, sino también, porque no queremos aburrirlos. 

Así fue entonces que luego de un Viaje, el simón Bolívar que partió de américa rumbo a España, no fue el mismo que aquel que liberaba América. Como tampoco, somos nosotros cuando escribimos estas líneas, los mismos que subieron las mochilas al ferrocarril General San Martin para iniciar un viaje sin boleto de vuelta. 

Solo queremos compartir una serie de anécdotas y experiencias de viajeros. Que con poco en los bolsillos salieron a poner a prueba una idea: Que nos podemos sentir en casa en cualquier lugar del planeta. Casi como esos jóvenes centroamericanos, salimos en un viaje de búsqueda. Y encontramos infinidad de cosas. Muchas, inesperadas. Otras inentendibles, incoherentes. Pero al final siempre podíamos entender la moraleja de las lecciones que cada camino que recorríamos tenía para nosotros.

Más allá de lo increíble o fantástico que más de algún relato pueda parecer. Estas líneas y páginas no pretenden ni la fama ni el dinero. A modo de bitácora de viajero, nos propusimos no olvidar ninguna de las lecciones que vivimos juntos. Pero también quisimos compartirlas con usted. Con vos, che. Que estás ahí leyendo, con algún ideal parecido al nuestro. Buscando una excusa, un argumento para salir a la ruta. Buscando valor. Esa es la razón de ser del siguiente libro: animar. Animar a armar la mochila con lo justo y necesario, dejar la comodidad de nuestras casas, la seguridad de nuestra zona de confort y aventurarnos más allá de esa zona que aterra y da pánico. Meternos de lleno en el busque de los duendes y descubrir sus secretos. De eso se trata caminar por este mundo y eso es lo que queremos contagiar.

Ojala que estas lineas sean como esas migas de pan que nos lleven a encontrarnos...o que sirvan de alimento a los pájaros y los hagan volar mas lejos.

Yendo a Misa. La escalinata todo un viaje... pero vale la pena