Welcome to PEru! Anuncia un
letrero gigante detrás de la Marca Perú, a pocos metros de la frontera
Peruano-Boliviana. Después de una muy grata estadía en Bolivia, nos decidimos a
seguir cruzando fronteras. EN principio íbamos a ir a Puno. Como toda ciudad
fronteriza, es muy concurrida y cosmopolita. Mucha gente que va y viene para
ambos lados de la frontera. Llegamos de noche para variar, con poca plata y
algo de sueño. EN el camino la gente nos decía que lo más interesante es a Isla
de Los Uros, y que es muy cara. Nosotros en el apuro y la ignorancia decidimos
seguir viaje (cosa que nos queda pendiente Puno). Nos decidimos a huir
prácticamente hacia Cusco. Y así lo hicimos. 2120 hs. El micro que nos teníamos
que tomar salía 2130 y nosotros sin pasajes, ni moneda local en una terminal
que desbordaba de gente y bolsos por todos lados.. Romi se quedó con los bolsos
y yo a las corridas por la terminal. Íbamos junto a un amigo chileno, Luis, con
el que compartimos las últimas horas en Copacabana. Un poco de amabilidad Un
poco de empujones y un poco de suerte llegamos a una boletería. Quedaban dos
lugares: el asiente 8 y el 53. Dudo. La operadora me apura. Faltan 5 minutos
para que salga el Bondi. Bueno le digo, dale. Compro los pasajes, y ahora que
lo pienso quizás los tendría que haber dejado. En fin. Con los pasjes en la
mano, las mochilas en la espalda, corremos buscando la plataforma.
Una vez dentro del micro,
comenzamos con las tratativas para ver que alma caritativa nos cambiaba su
asiento para que con Romi viajáramos sentados juntos. Probamos con el pasajero
del asiento 7. Y no hubo chances dijo que estaba bien ahí, que no quería
moverse. Nos quedaba una chance, el 52. Era al fondo del Bondi. Una peruana de
unos 15 años. Medio tímida acepta mi invitación de cambiarse de asiento.
Cambiamos pasajes. Nos acomodamos y respiramos hondo.
El descanso duro poco. Al rato
comenzamos a escuchar un griterío. Una vieja subió al micro y a los cachetazos
le gritaba a nuestra amiga peruana que se baje. Con el correr de los gritos y
el aumento del volumen, se sumó a la discusión la policía y la vendedora de
boletos. Todos preguntándole a la piba la edad, porque se iba, pidiéndole
documentos. Y encima tenía un pasaje que decía “RAUL GONZALEZ DUBOX”. ME acerco
hasta la chica que me dice que no se quiere bajar, que es la tía y la maltrata.
Con algunos más que estábamos ahí empezamos a gritar Abusiva, Violenta. Las
mujeres se solidarizaron con la quinceañera y comenzaron a decirle a la vieja
que se baje. Así entre manotazos y cachetazos, la policía bajo a la señora del
micro, y todos volvimos a nuestros lugares. Nuestra amiga viajo en el bus.
Hacía calor y faltaban 10 hs para llegar a Cusco. Estábamos apretados en la última
fila del micro. Apretados. Pero nos sacaba una sonrisa saber que estábamos viajando
al corazón del mundo.
Al rato, a las 6 de la mañana estábamos
entrando a la terminal. El frio de la altura se sentía, pero el sol recién nacido
reconfortaba. Adentro de la terminal no importaba la hora tan temprana de la
mañana, el movimiento que encontrábamos acusaba que esta ciudad duerme poco. Esquivamos
a los jaladores de hostels y transfer para salir rápido a la calle. Cruzamos
las vías del tren y nos subimos al primer transporte público que encontramos.
Una combi parecida a las que veníamos frecuentando en Bolivia. Para variar una
excelente forma de conocer a la gente, lleno al trabajo, a estudiar. Una abuela
nos muestra una estatua muy alta que se encuentra entrando a la ciudad: El inca
Pachacutec, nos recibe. Y otro abuelo nos cuenta que somos todos hermanos porque
antes todo era parte del Perú. Preguntamos cómo llegar a la plaza de armas, y
nos indicaron que bajemos en el mercado San Pedro ¡¡Parada Chofer!!
Los ojos se nos agrandan cada
vez más. A cada esquina construcciones Incas, de la más fina elaboración. Su
arquitectura se deja ver en la base de la mayoría de los edificios coloniales.
Arquitectura que ha soportado los terremotos más fuertes de los últimos siglos.
Ahí sigue en pie, como un recuerdo, llamando la atención al viajero desatento.
Nuestro desayuno no se quería hacer esperar más. Algunos cafés recién comenzaban
a baldear las veredas. Al que madruga dos lo ayuda. Nos regalaron agua caliente
para los mates y unas facturas. Con semejante botín caminamos hacia la plaza de
armas de Cusco, que nos esperaba a la vuelta de la esquina. Aun no eran las 7
de la mañana. Era la primera vez que la íbamos a ver, más allá de las fotos y
folletos. Y ahí estaba, en todo su esplendor. Con sus canteros llenos de
Flores, flanqueada por iglesias de un exquisito barraco, que no alcanza a tapar
la herencia inca. Con su fuente a borbotones. Con Saqsaywaman vigilando. El
cielo diáfano y la catedral anunciando las siete con sus campanas. Nosotros
elegimos en silencio un banco de plaza. Casi ritualmente, bajamos las mochilas.
Preparamos el mate. EL vaporcito busca ser nube allá arriba. Nosotros, acá
abajo, estamos bárbaro.