Notas sobre un turismo más humano y un humano más viajero.
Me gusta escribir. Aunque
prefiera la charla. LA casual. La pensada. La banal. La profunda. La de
Facebook. Por eso cuando escribo me gusta pensar que estoy hablando con un
amigos, en esas charlas donde el desarrollo de un tema implica saltar de
tópicos como política o religión, a otro de farándula, pasando por historia,
filosofía y futbol. Pero más que esto, me gusta viajar, y por supuesto hablar y
escribir sobre ello. Cuando mi secundaria anunciaba su ocaso tenía muy claro
que quería viajar, estar al aire libre y en contacto con otras personas. Nunca
lo dude mucho. Quería ser arqueólogo. Estudie arqueología y gracias a esta
profesión viaje y recorrí numerosos lugares. La carrera no solo me dio unas
cuantas millas de vuelo sino también, buenos argumentos para viajar. Una forma
de viajar. Más humana diría yo.

Viaje épico y significativo
cualitativamente por todos los descubrimientos hechos, pero también cuantitativamente
por todos los Kilómetros que el hombre y la mujer primigenios tuvieron que
recorrer. Cada paso los acercaba a una humanidad que desconocían ¿En qué
momento comenzaron a ser humanos nuestros antepasados? Lo desconocemos. O no
nos animamos a arriesgar una respuesta incomoda. Lo cierto es que la humanidad
surgió en algún momento del viaje.
Y en eso estamos. Viajando. Hace
casi un año. Trabajando y viajando por Perú. Tratando de hacer más humano tanto
el trabajo como el viaje. Ambos rubros que a lo largo de los últimos siglos
fueron brutalmente deshumanizados. Si el trabajo dignifica, el viaje humaniza.
Pero no siempre. Cuando viajar significa ponerse de rodillas frente al monstruo
de la industria del turismo, que nos dice que lugar visitar y cual no. Qué
lugar es peligroso y cual no. Que le pone precio a la hospitalidad y a la
identidad, en ese momento, el viaje no humaniza. Te puede relajar, te puede dar
lindas fotos y un buen recuerdo. Este turismo, cada vez más, aliena y
desvincula. Ahoga.
Sin embargo, no es la única
manera de viajar. Desde finales del siglo pasado, se ha hecho cada vez más
común, encontrarse por los caminos, una clase de viajero más consiente. Recorre
con mucho menos dinero grandes extensiones geográficas. Con más confianza. Con
menos guía turística y mas dialogo con la gente. Con menos seguridades pero con
mas sorpresas. Con más asombro. Con menos confort pero con más anécdotas. Con más
carcajadas. Y así quizás, de a poco, estos viajas que ocupan un verano o más
tal vez, dejen de ser “vacaciones” para convertirse en modos de vida. UN modo
de vida que responde a otros valores, que anhela otras cosas. Más sencillas e
indispensables la mayoría.
Marshal Sahlins retoma las notas y ensayos de Marcel Mauss, famoso sociólogo
francés, andaba a principio de siglo estudiando las practicas económicas de los
esquimales,
cuando definió el concepto de opulencia primitiva, una forma académica de decir una verdad a gritos: “No es rico que el mucho tiene, sino el que poco necesita”. De este forma ese primer hombre que salía de áfrica, no tenía nada, solo sus pies y sus taparrabos. Hoy en pleno siglo XXI viajar con solo unas cuantas pertenencias nos devuelve a esa opulencia primitiva. Nos vuelve a la reciprocidad. Nos vuelve a la ronda donde se comparte. Nos humaniza.
