Nosotros

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"...cabalgaras solo hacia la carcajada perfecta..."

domingo, octubre 13, 2013

Potosi: Compadres, Serpentinas y Singani.



Eran las 4am, todo estaba oscuro, y por más valiente y desconfiado de los medios de comunicación que fuera, los mismos bolivianos nos advertían de la inseguridad de la zona. Llegar de madrugada a un lugar nuevo, a veces puede ser contraproducente. Las calles oscuras no nos dejaban ver posibles hospedajes y generalmente hay poca gente en la calle como para para pedir indicaciones y hacer buenas migas.

El micro económico al que nos subimos, no entraba en la terminal, freno a unas cuadras y apago el motor. Muchos en un ceremonial silencio bajaban sus bolsones de los buches del micro y se perdían en las penumbras de la madrugada potosina. Otros dormían tan profundamente en sus incomodos asientos que parecían no enterarse que habíamos llegado a destino. Potosí nos recibía de madrugada, desvelada, pero con los brazos abiertos.


Era aún muy temprano para salir a buscar hospedaje. Desarmamos nuestras bolsas de dormir en la terminal e improvisamos algo parecido a un campamento. Estábamos tan cansados y con tantas ganas de dormir en posición horizontal que el rincón más olvidado de la terminal de buses de Potosí se parecía mucho a una suite 5 estrellas (ponele). Mientras nos acomodábamos nos encontramos Con Gabi y Martin, Una pareja argentina que estaba haciendo el recorrido en sentido inverso. Viajaban desde Perú hacia el Sur. Estaban algo desesperados por un mate, cosa que no veían hacia tiempo por falta de yerba. Entre bolsas de dormir, mates y charlas vimos amanecer la terminal de Potosi.

De la terminal salimos y pisamos efectivamente suelo Potosino. La ciudad se extiende a las faldas una legendaria montaña llamada Sumaj Orcko (en quechua: 'Cerro Rico') que contenía la mina de plata más grande del mundo. Era tal la fama que tenia este cerro de plata que antes de la conquista, el inca Huayna Cápac había oído hablar a sus vasallos del Sumaj Orcko, el cerro hermoso, y decidio viajar y verlo con sus propios ojos. Según cuenta la historia llego enfermo a las termas de Tarapaya, donde se repuso y luego visito el cerro. Cuentan las leyendas que cuando Huayna Capac golpeó con su mazo la montaña una voz del interior rugió advirtiendo que no la toquen. A partir de ahí la bautizaron “Potojsi”, que significa trueno, rugido.

Cuando oyeron estas historias los españoles decidieron instalarse inmediatamente en esta parte del mundo. Para 1560, tan sólo veinticinco años después de su nacimiento, su población ya era de 50.000 habitantes, un quinto de la población de España. En 1573, Bajo el gobierno del virrey Francisco de Toledo , potosí se convirtió en la ciudad mas poblada del mundo: 120.000 almas. Este aumento de la población estuvo íntimamente relacionado con las técnicas mineras que Toledo implemento: La Mita y el uso del Mercurio aumentaron la producción minera y las ganancias así como las muertes y las enfermedades. A medida que crecía la ciudad, crecía el cementerio.

Salimos con nuestras mochilas, esquivamos los burgueses taxis y atacamos nuestro primer objetivo en la pequeña ciudad: el transporte público. El “bus” como le dicen, una pequeña camioneta Nissan modelo 92, que se ajustaba al tamaño de las calles, y sus desniveles. Nos preocupaba que no nos dejen subir al micro con nuestras grandes mochilas, pero nos encontramos que no éramos los únicos con bultos. Quizás por ser domingo, muchas cholas subían y bajaban con grandes fardos de mercadería.

Llama poderosamente la atención como en las ciudades que tienen sus raíces en la colonia española, conviven el típico ordenamiento español de las calles y cuadras y el crecimiento medio caótico y aglomerado de los últimos 10-15 años. Los españoles que vivían en la ciudad disfrutaban de un lujo increíble. A comienzos del siglo XVII Potosí ya contaba con treinta y seis iglesias espléndidamente ornamentadas, otras tantas casas de juego y catorce escuelas de baile. Había salones de bailes, teatros y tablados para las fiestas que lucían riquísimos tapices, cortinajes, blasones y obras de orfebrería. De los balcones de las casas colgaban damascos coloridos y lamas de oro y plata. Toda esa arquitectura sigue ahí, alguna más descuidada y escondida que otra pero a la vista del ojo atento. A los diez minutos estábamos en el centro de la ciudad: Una postal de la época colonial con sus casas de adobe y sus tejas que aun dejaban ver las faldas del negro que las había confeccionado, sus calles angostas sin veredas ni cloacas pero atravesadas de miles de cables de teléfono, televisión, luz, carteles luminosos y arrobas de algún locutorio postcolonial.


 Ahí caminábamos nosotros, con nuestras mochilas y nuestras sonrisas. Intentando descifrar y descubrir figuras ocultas en los dinteles de madera de las puertas o en los balcones sevillanos. Buscábamos sin embargo un lugar para hospedarnos y luego de entrar y salir de varios sucuchos con olor a pata (más de lo que estoy acostumbrado) nos encontramos con una mujer en la calle, Evelyn, una guía de turismo de la Cooperativa de Amigos de Bolivia que nos dijo que ella tenía un hospedaje que era barato y lindo. “Esto es una señal? Debe serlo” pensamos, así que ahí la seguimos a ella y su nenita (wuawua de ahora en más). Ustedes pensaran que puede ser algo peligroso seguir a una desconocida en la calle que nos ofrece alojamiento. Lo único que podemos alegar a nuestro favor, es que luego de pasar mucho tiempo viajando, uno logra reconocer la hospitalidad sincera en la persna que la ofrece. Sumado al hecho, que nunca aparentamos ser viajeros que valga la pena asaltar.


Dejamos nuestro equipaje, nos dimos una linda ducha tibia y cargamos la mochila pequeña, infaltable compañera de viaje, para salir a caminar. Era cerca del mediodía ya, y la mayoría de los lugares estaban cerrando para el almuerzo. Solo un punto del mapa seguía abierto a la una del mediodía. La torre Mirador de la Compañía de Jesús, anteriormente sede de la orden Jesuita, hoy en día el punto con la mejor vista del Cerro Potosí y su ciudad. Hermosa construcción de adobe, piedra caliza y roble, un estilo barroco típico y una calidad de construcción certificada por los sismos y los más de 500 años que tiene en pie. Su colorado tinte recuerda a las construcciones que los misioneros levantaron en las tupidas selvas de San Ignacio, allí en nuestra querida y lejana Misiones. Subimos al mirador no había nadie ni arriba, ni abajo en la calle. Era la una del mediodía de un jueves que es cuasi feriado: “Jueves de Compadre”, Segunda festividad previa a los carnavales. No nos cruzamos a nadie, tuvimos nuestro momento de intimidad con el cerro y la vista anacrónica de Potosí, que entrecerrando los ojos y desenfocando la mirada, no dista mucho del Potosi de Toledo y su sequito de saqueadores encomenderos.



Al iniciar nuestro descenso del mirador pasamos cerca de las oficinas de la secretaria de turismo, que estaban de festejo. Como la puerta estaba abierta decidimos entrar a saludar por el día del compadre. Entrar saludar y salir. Bien caraduras. Bien argentinos. Grande fue la sorpresa que les causamos a los empleados de la secretaria de turismo de Potosí cuando entramos a saludar. Fue más su alegría de recibirnos. Enseguida nos hicieron un lugar en la ronda de brindis que se había improvisado en aquella gubernamental oficina. En El día del compadre, las mujeres agasajan a los hombres, con comida, bebida y música. Así fue como singani va, singani viene (bebida típica de Bolivia) terminamos bailando cuecas y contando chistes. Por ser hombre recibí mi merecida gelatina en el pelo, mi papel picado, mis guirnaldas de colores y mis tragos de alcohol. Eran las dos de la tarde. Ya tenía una sonrisa esculpida en mi cara de piedra (por no decir dura). Además de un pequeño dolor de cabeza, típico de borracho, sin duda un sintoma común después de haber estado bailando durante una hora a mas de 4000 msnm.
Charlamos de todo un poco con nuestros compañeros de festejo. De la necesidad de estudios e inversión en educación pública. José uno de los empleados más jóvenes, estudiante de historia, hacía referencia al histórico momento en que Néstor Kirchner bajaba los cuadros de Videla. Nos decía “Acá a la gente le falta memoria”. En esta ocasión trabamos amistad con Don Felix, hombre de unos 60 años, enamorado de Potosi y orgulloso de que los jóvenes quieran conocer su ciudad.

Aprovechamos ese almuerzo de compadres y nuevas amistades, para interiorizarnos acerca de Potosí y sus alrededores. Cuando contábamos nuestro viaje nos gustaba hacer hincapié en el interés que teníamos de no ser tratados como “típicos turistas”. Relatamos algunas de las anécdotas que veníamos acumulando en nuestro recorrido. Así surgió un plan: Usarnos como conejitos de indias para poner a prueba un futuro circuito turístico. Esperaban nuestra opinión y sugerencias. Pero esa es otra historia.

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