Nosotros

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"...cabalgaras solo hacia la carcajada perfecta..."

sábado, septiembre 21, 2013

Bodas de Plata en La Quiaca


Andábamos paseando a la tarde por las calles empedradas y silenciosas de la quiaca. Abrazados. En silencio y Sonrientes. Las iglesias son siempre una parada obligada. Más allá de la fe que uno profese, son lugares donde los pueblos plasman sus maneras de entender este mundo. La manera en las decoran, la forma del edificio, el olor, los afiches que cuelgan. Nunca tienen desperdicio. Ahí fuimos. Con la suerte de encontrarnos una misa de celebración de 50 años de casados. Un grupo chiquito de cholas y cholos, argentinos y bolivianos. Afuera una banda de mariachis los recibió, con música y fuegos artificiales, sin duda, el evento de La Quiaca. Como no podía ser de otra forma, nos sentamos en la escalinata de la iglesia a cantar y hacer palmas al compás de la banda, y sumar nuestros buenos deseos a las bendiciones del cura.

Mientras todos seguían con sus abrazos y sus saludos, entre rancheras, abandonamos la iglesia y la celebración para perdernos en la peatonal de La Quiaca. De noche iluminada, sus puertas viejas, sus calles empedradas cobran una mística sin igual. Sumado al fresco que cae por la noche ideal para caminar abrigados o estar con la frazada y algo calentito para tomar. Saliamos de un almacén y frena un auto en la esquina, a centímetros de nosotros. Casi apurado. Contengo la puteada y la piña al auto. Se baja la ventanilla y un hombre nos señala con el dedo y nos saluda. –Los estaba buscando a ustedes, quiero invitarlos a una fiesta-

El hombre que acababa de celebrar sus bodas de plata, con mariachis y todo nos estaba invitando a la fiesta. Dice que le caímos bien y le gusto el gesto de que hayamos ido a saludarlo. Y que se sentiría honrado si íbamos a celebrar con él. –Me llamo Oscar, los espero- Un fuerte apretón de manos, y tan rápido como llego Oscar, se fue. Nos reímos y nos parecía raro. Pero bue: nos acababan de invitar a un festejo, que mejor manera de conocer a la gente del lugar.

Volvimos a casa entrada la noche. Lluvia y Granizo en cantidad en la calle. Era verano, pero graniza igual. Nos pegamos una ducha, nos tomamos unos mates y esperamos a que llegue la hora del festejo. Antes de salir del hospedaje nos acercamos a charlar con Roxana, la dueña. Le contamos que nos invitaron a una fiesta. Obviamente conocía a Oscar y a su familia. Parece ser que óscar tiene la boutique de ropa más grande de la ciudad y además tiene un hostel que es la competencia del hospedaje de Roxana. Nos despedimos y le pedimos que nos deje la puerta abierta que volvíamos temprano. –No, no ,no. Toma. Llévate la llave. Yo sé cómo termina esto- Casi como una adivina, entendió antes que nosotros, que nuestra promesa de llegar temprano era prácticamente imposible. Cabe mencionar, que nuestra gran duda en torno a aceptar la invitación, era nuestra falta de ropa digna de semejante festejo. En nuestras mochilas solo cargábamos ropa para estar cómodos, para caminar, para ensuciar: Ropa ropa, desteñida, vieja y sucia.  Así fue que pensamos en pasar a visitar, saludar, brindar y volvernos antes de que las campanas anuncien las 12. 

Llegamos al lugar en cuestión. El centro Sirio, era el salón donde la fiesta se llevaba a cabo. Aunque parezca raro, en La Quiaca, además de recibir vecinos latinoamericanos, también fue destino de llegada de varias familias de árabes. Algunos dicen que eligieron estos parajes dada la similitud que encontraban en el lugar con su tierra natal. Otros dicen que fue el hilado y la industria de los tapices lo que los trajo por estos lados. Lo más probable es que haya sido el comercio el general. Lo que si es cierto es que  a lo largo y a lo ancho de La quiaca se encuentran rastros de la cultura arábiga.

En dicho centro Sirio, se daba un encuentro muy particular: Bolivianos, Argentinos, Quiaqueños y citadinos, todos por igual estaban sentados en mesas redondas, distribuidas a lo largo de la pista de baile. Un largo pasillo separa la pista de la puerta de calle. Y del otro lado del salón, cruzando toda la pista, se encontraba la mesa de los agasajados, Oscar y Helena. Tímidamente comenzamos a acercarnos, y allá, desde el fondo óscar empieza a llamarnos con grandes gestos –Mis amigos, vinieron. Bienvenidos. Vengan, vengan acá para la foto- Ahí estábamos. Con nuestras sonrisas anchas, contentos, pidiendo perdón por la facha que traíamos. Al rato notamos que muchos invitados andaban con la misma ropa con la que trabajaban… Vivian y dormían.

Nos acompañaron a nuestro lugar: Estábamos en la mesa de los hermanos de Oscar, con toda su familia. Ahí nomás nos sentamos nos pusimos cómodos y empezamos a comer como locos. El viaje recién había empezado, pero ya veníamos con el menú del trotamundos: poco. Ahí arriba de la mesa está el banquete digno de una boda de plata, y no lo íbamos a dejar escapar. Al rato nos empiezan a convidar alguna copita para bajar los bocadillos. Al rato ya estábamos charlando con la familia del hermano. Ahí sus hijas, sorprendidas de como romi se estaba animando a semejante viaje y la recurrente pregunta “¿no extrañan a su familia? ¿No les da Miedo?” Nosotros nos reíamos y quitándole gravedad al asunto meneábamos la cabeza. Mucha de la gente que se encontraba ahí se dedicaba a comprar cosas baratas en Bolivia y enviarlas a Buenos Aires. Muchos tenían sus puestos en la salada. El resto se empleaban en el trabajo de la tierra y en el turismo. Que en la quiaca el turismo es muy de paso. Todos muy amables, solidarios y humildes.

Se acercaban las 12 de la noche y cuando notaron que estábamos planeando escapar de los festejos nos invitaron muy amable e indeclinablemente, a sentarnos y a prepararnos un trago típico: el Singani. Un bebida similar al gancia un poco más fuerte, pero muy sabrosa. Entre el Singani, la música y las invitaciones a quedarnos, se nos hicieron las 5 de la mañana volando. Aprendimos a bailar caporal, cuecas y carnavalitos. Bailamos con todos los parientes de Oscar y su mujer y nos emocionamos frente alguna exclamación de agradecimiento por querer compartir una celebración tan importante para ellos. 

Sumamente agradecidos terminada la madrugada emprendimos medio a los tumbos, la vuelta a casa. Pensando en que lindo momento compartimos. En la alegría que tenían de abrirnos la puerta de su casa para compartir tan lindo momento. Que nos hagan sentir como en su casa. Que nos compartan sus brindis y buenos deseos. Muchas de las personas que nos encontramos ahí en fiesta, seguramente son parte de un discurso. Ese discurso donde todo morocho, sucio y pobre es un posible chorro, ladrón. Persona de cuidado. No es difícil ocultar la bronca ¿Cuántas veces uno escucha en una sobre mesa “negros de mierda”, “villeros” y otros adjetivos como esos? Ahí estábamos rodeados de todos ellos, disfrutando y compartiendo. ¿Miedo? Miedo me da cada vez que prendo la tele. Por eso la apago enseguida. La gente que estaba allí daba orgullo.

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