Andábamos
paseando a la tarde por las calles empedradas y silenciosas de la quiaca.
Abrazados. En silencio y Sonrientes. Las iglesias son siempre una parada
obligada. Más allá de la fe que uno profese, son lugares donde los pueblos
plasman sus maneras de entender este mundo. La manera en las decoran, la forma
del edificio, el olor, los afiches que cuelgan. Nunca tienen desperdicio. Ahí
fuimos. Con la suerte de encontrarnos una misa de celebración de 50 años de
casados. Un grupo chiquito de cholas y cholos, argentinos y bolivianos. Afuera
una banda de mariachis los recibió, con música y fuegos artificiales, sin duda,
el evento de La Quiaca. Como no podía ser de otra forma, nos sentamos en la
escalinata de la iglesia a cantar y hacer palmas al compás de la banda, y sumar
nuestros buenos deseos a las bendiciones del cura.
Mientras
todos seguían con sus abrazos y sus saludos, entre rancheras, abandonamos la
iglesia y la celebración para perdernos en la peatonal de La Quiaca. De noche
iluminada, sus puertas viejas, sus calles empedradas cobran una mística sin
igual. Sumado al fresco que cae por la noche ideal para caminar abrigados o
estar con la frazada y algo calentito para tomar. Saliamos de un almacén y frena
un auto en la esquina, a centímetros de nosotros. Casi apurado. Contengo la
puteada y la piña al auto. Se baja la ventanilla y un hombre nos señala con el
dedo y nos saluda. –Los estaba buscando a ustedes, quiero invitarlos a una
fiesta-
El
hombre que acababa de celebrar sus bodas de plata, con mariachis y todo nos estaba
invitando a la fiesta. Dice que le caímos bien y le gusto el gesto de que
hayamos ido a saludarlo. Y que se sentiría honrado si íbamos a celebrar con él.
–Me llamo Oscar, los espero- Un fuerte apretón de manos, y tan rápido como
llego Oscar, se fue. Nos reímos y nos parecía raro. Pero bue: nos acababan de
invitar a un festejo, que mejor manera de conocer a la gente del lugar.
Volvimos
a casa entrada la noche. Lluvia y Granizo en cantidad en la calle. Era verano,
pero graniza igual. Nos pegamos una ducha, nos tomamos unos mates y esperamos a
que llegue la hora del festejo. Antes de salir del hospedaje nos acercamos a
charlar con Roxana, la dueña. Le contamos que nos invitaron a una fiesta.
Obviamente conocía a Oscar y a su familia. Parece ser que óscar tiene la
boutique de ropa más grande de la ciudad y además tiene un hostel que es la
competencia del hospedaje de Roxana. Nos despedimos y le pedimos que nos deje
la puerta abierta que volvíamos temprano. –No,
no ,no. Toma. Llévate la llave. Yo sé cómo termina esto- Casi como una
adivina, entendió antes que nosotros, que nuestra promesa de llegar temprano
era prácticamente imposible. Cabe
mencionar, que nuestra gran duda en torno a aceptar la invitación, era nuestra
falta de ropa digna de semejante festejo. En nuestras mochilas solo cargábamos
ropa para estar cómodos, para caminar, para ensuciar: Ropa ropa, desteñida,
vieja y sucia. Así fue que pensamos en
pasar a visitar, saludar, brindar y volvernos antes de que las campanas
anuncien las 12.
Llegamos
al lugar en cuestión. El centro Sirio, era el salón donde la fiesta se llevaba a
cabo. Aunque parezca raro, en La Quiaca, además de recibir vecinos
latinoamericanos, también fue destino de llegada de varias familias de árabes.
Algunos dicen que eligieron estos parajes dada la similitud que encontraban en
el lugar con su tierra natal. Otros dicen que fue el hilado y la industria de
los tapices lo que los trajo por estos lados. Lo más probable es que haya sido
el comercio el general. Lo que si es cierto es que a lo largo y a lo ancho de La quiaca se
encuentran rastros de la cultura arábiga.
En
dicho centro Sirio, se daba un encuentro muy particular: Bolivianos,
Argentinos, Quiaqueños y citadinos, todos por igual estaban sentados en mesas
redondas, distribuidas a lo largo de la pista de baile. Un largo pasillo separa
la pista de la puerta de calle. Y del otro lado del salón, cruzando toda la
pista, se encontraba la mesa de los agasajados, Oscar y Helena. Tímidamente
comenzamos a acercarnos, y allá, desde el fondo óscar empieza a llamarnos con
grandes gestos –Mis amigos, vinieron. Bienvenidos. Vengan, vengan acá para la
foto- Ahí estábamos. Con nuestras sonrisas anchas, contentos, pidiendo perdón
por la facha que traíamos. Al rato notamos que muchos invitados andaban con la
misma ropa con la que trabajaban… Vivian y dormían.
Nos
acompañaron a nuestro lugar: Estábamos en la mesa de los hermanos de Oscar, con
toda su familia. Ahí nomás nos sentamos nos pusimos cómodos y empezamos a comer
como locos. El viaje recién había empezado, pero ya veníamos con el menú del
trotamundos: poco. Ahí arriba de la mesa está el banquete digno de una boda de
plata, y no lo íbamos a dejar escapar. Al rato nos empiezan a convidar alguna
copita para bajar los bocadillos. Al rato ya estábamos charlando con la familia
del hermano. Ahí sus hijas, sorprendidas de como romi se estaba animando a
semejante viaje y la recurrente pregunta “¿no extrañan a su familia? ¿No les da
Miedo?” Nosotros nos reíamos y quitándole gravedad al asunto meneábamos la
cabeza. Mucha de la gente que se encontraba ahí se dedicaba a comprar cosas
baratas en Bolivia y enviarlas a Buenos Aires. Muchos tenían sus puestos en la
salada. El resto se empleaban en el trabajo de la tierra y en el turismo. Que
en la quiaca el turismo es muy de paso. Todos muy amables, solidarios y
humildes.
Se
acercaban las 12 de la noche y cuando notaron que estábamos planeando escapar
de los festejos nos invitaron muy amable e indeclinablemente, a sentarnos y a
prepararnos un trago típico: el Singani. Un bebida similar al gancia un poco
más fuerte, pero muy sabrosa. Entre el Singani, la música y las invitaciones a
quedarnos, se nos hicieron las 5 de la mañana volando. Aprendimos a bailar
caporal, cuecas y carnavalitos. Bailamos con todos los parientes de Oscar y su
mujer y nos emocionamos frente alguna exclamación de agradecimiento por querer
compartir una celebración tan importante para ellos.
Sumamente
agradecidos terminada la madrugada emprendimos medio a los tumbos, la vuelta a
casa. Pensando en que lindo momento compartimos. En la alegría que tenían de abrirnos
la puerta de su casa para compartir tan lindo momento. Que nos hagan sentir
como en su casa. Que nos compartan sus brindis y buenos deseos. Muchas de las
personas que nos encontramos ahí en fiesta, seguramente son parte de un
discurso. Ese discurso donde todo morocho, sucio y pobre es un posible chorro,
ladrón. Persona de cuidado. No es difícil ocultar la bronca ¿Cuántas veces uno
escucha en una sobre mesa “negros de mierda”, “villeros” y otros adjetivos como
esos? Ahí estábamos rodeados de todos ellos, disfrutando y compartiendo.
¿Miedo? Miedo me da cada vez que prendo la tele. Por eso la apago enseguida. La
gente que estaba allí daba orgullo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por acercarnos tu opinión y darnos por un ratito tu atencion